CUENTO CERTAMEN



La almohada maravillosa


NACHO
Hace muchísimos años un anciano muy sabio paseaba despacito por un sendero que conducía a la pequeña aldea donde vivía. Iba apoyado por su cayado, cargado con un saco, y entre el peso y tanto andar, empezó a notar que sus piernas estaban cansadas iba jadeando y necesitaba reponer fuerzas.
JORGE
Descubrió un vergel donde daba la sombra y decidió que ese era el lugar adecuado para hacer un pequeño descanso. Buscó el árbol más frondoso, puso una esterilla a sus pies, se sentó en ella, y para estar más cómodo apoyó la espalda en el tronco ¡Descansar un rato le vendría muy bien!
Casualmente pasó por allí un joven campesino.
– ¡Buenas tardes, señor!
NACHO
– Si quieres descansar tú también, compartiremos la esterilla y nos haremos compañía.

Después de una hora de animada conversación, el joven plebeyo, de forma inesperada, le confesó una pena que llevaba muy dentro del corazón.
JORGE
– Estamos aquí, riendo y pasando un rato agradable… Seguro que usted piensa que soy un hombre feliz, pero las apariencias engañan: mi vida es un desastre y me siento muy infeliz.
El anciano le miró fijamente.
NACHO
– ¿Y por qué no eres feliz? Eres un chico guapo, estás sano, y ¿No te parecen suficientes motivos para sentirte dichoso?
El campesino, con los ojos llorosos, se sinceró.
JORGE
– ¡Mire qué pinta tengo! Visto con harapos y a pesar de que trabajo quince horas diarias sólo puedo permitirme comer pan, sopa y con suerte, carne un par de veces al mes ¡Mi sueño es convertirme en un hombre rico para disfrutar de las cosas buenas de la vida! No ves que mi vida es exigua
El viejo le preguntó con curiosidad.
NACHO
– ¿Y cuáles son para ti las cosas buenas de la vida?
Al joven se le iluminó la cara.
JORGE
– ¡Pues está muy claro! Tener dinero para vestir como un señor, comprarme una bonita casa y comer lo que me apetezca, pero por desgracia, los sueños nunca se hacen realidad.
NACHO
Nada más pronunciar estas palabras, el campesino, como por arte de magia, se quedó profundamente dormido. El anciano, sin hacer ruido, sacó una almohada de su saco y se la colocó bajo la cabeza para que estuviera más cómodo.
Mientras escuchaba los ronquidos,  susurró:
El chico, apoyado plácidamente sobre ella, comenzó a tener un sueño maravilloso.
¿Quieres saber qué soñó?…
Soñó que vivía en una ciudad extremadamente pobre observó como a su alrededor habían muchos pobres que no tenían para comer. Se dio cuenta de que el era un privilegiado y que sin duda no podía quejarse de todo lo que tenía.
– ¿Qué te pasa, muchacho? ¡Has dormido un buen rato!
El joven estaba perplejo.
El chico contestó con la voz entrecortada:
JORGE
– He tenido un sueño… ¡un sueño espantoso! He visto la cantidad de pobreza que hay y yo con esta vida siendo una persona que puede comer... quejándome?
NACHO
– ¡Vaya!… ¿Y qué piensas ahora?
JORGE
– ¡Pues que ya no quiero ser un hombre importante! esra almohada me a abierto los ojos a la realidad.
(El anciano le guiñó un ojo y le tendió la mano para despedirse.)
NACHO
– Hasta siempre, joven. Espero que a partir de ahora disfrutes de lo que tienes y sepas apreciar que la felicidad no siempre está en tenerlo todo, sino en apreciar las pequeñas cosas que nos rodean.
JORGE
– Así lo haré, señor. Estoy encantado de haberle conocido y espero que nos veamos en otra ocasión.
NACHO
– ¡Seguro que sí!
El joven se fue jovial y silbando sabía que había tenido una suerte épica al haber encontrado a ese anciano.



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